Cenzontles
Desde hace años y cada mañana,
los cenzontles de mi pecho se sueltan
y hacia el balcón de tu oído van.
Su canto de vuelta viene
y de vuelta regresa, una y otra y otra vez.
Sus picos se han convertido
en un volcán de lágrimas,
en el yacimiento y el pálpito del sollozo,
en los clavos que clavan la pena.
Sus plumas son el henequén
que ciñe la albura azul de la nostalgia,
la premura a sal de la melancolía,
las campanas nupciales de la tristeza.
Sus alas son una casa deshabitada,
los pasos que desandan el camino,
los retratos carcomidos y por carcomerse,
mirándose a ciegas.
Sus cuerpos son el fruto de la noche:
hijos míos e hijos tuyos.
Hijos nuestros y de nuestras ateridas sombras,
heridos por infinitas azagayas de soledad.
Desde hace años y cada mañana,
los cenzontles de mi pecho se sueltan
y hacia el balcón de tu oído van.
Su canto de vuelta viene
y de vuelta regresa, una y otra y otra vez.
Sus picos se han convertido
en un volcán de lágrimas,
en el yacimiento y el pálpito del sollozo,
en los clavos que clavan la pena.
Sus plumas son el henequén
que ciñe la albura azul de la nostalgia,
la premura a sal de la melancolía,
las campanas nupciales de la tristeza.
Sus alas son una casa deshabitada,
los pasos que desandan el camino,
los retratos carcomidos y por carcomerse,
mirándose a ciegas.
Sus cuerpos son el fruto de la noche:
hijos míos e hijos tuyos.
Hijos nuestros y de nuestras ateridas sombras,
heridos por infinitas azagayas de soledad.
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